¿Qué sueños de los padres apuestas los chicos?

¿Qué sueños de los padres apuestas los chicos?

Cuando llegan a consulta padres con sus hijos jóvenes con deudas de juego, chicos que sacaron (y perdieron, claro) los ahorros familiares que estaban guardados en algún cajón, el consultorio se llena de angustia y llanto.
En países como la  Argentina, con oscilaciones económicas permanentes, el tema del dinero suele ser una preocupación, un zumbidito en el oído. 
Si las cosas están mal, es el miedo a perder lo ganado con el sudor de la frente (y con luchas sociales también); y si las cosas están bien, no sabemos hasta cuándo durará el buen viento.
En este contexto, que un hijo de veinticortos haya perdido apostando los ahorros de años de sus padres, es terrible, una pesadilla, tanto para el hijo como para sus padres. Culpa, vergüenza, ganas de desaparecer, enojo, decepción, tristeza. 
Escenas muy fuertes se están desplegando en nuestros consultorios, ¡cuántas series de Netflix podrían inspirarse en ellas!
Cada vez que se va una familia de la entrevista me pregunto qué nos está pasando, qué nos está ganando. 
Sabemos que el mercado y su empuje al consumo, el Estado, y la necesidad de narcóticos, brillan por su ausencia en un caso, y por su omnipresencia en dos (es innecesario aclarar cuál es cuál).
Sin embargo, este texto nace de la pregunta por los sueños transgeneracionales, es decir, qué soñaban nuestros bisabuelos para sus vidas y las de sus hijos, qué soñaban nuestros abuelos para sus vidas y las de sus hijos; qué soñaban nuestros padres para sus vidas y las de sus hijos (o sea, nosotros), qué soñamos nosotros para nosotros mismos y para nuestros hijos. Y para finalizar esta cadena de constelaciones familiares, ¿qué sueñan nuestros hijos?
Este texto sólo es una invitación a detenernos un cachito para pensar, para pensar-nos y pensar-los. 
Una invitación para soñar, soñar-nos y soñar-los.
Porque algo no estamos pudiendo, algo que, intuyo, no es grandilocuente ni imposible, sino más bien es algo chiquito, muy chiquito, pero quedó arrinconado y cascoteado debajo de capas y capas de WhatsApp, redes sociales, inmediatez, ya, no puedo esperar, me voy, ya no sueño.
Freu usó una palabra, la misma, al referirse al soñar y al duelar: trabajo.
Si si, ya sé, Freud escribió a principios del siglo 20, era otro mundo. Es verdad, sin embargo, las personas seguimos soñando, duelando, amando, lo que significa agarrar las agujas y tejer, tejer, destejer, mejorar el punto, seguir tejiendo, hasta que decimos "Ya está". Y ésto, sabemos, lleva tiempo, deseo y lazos.
"Vivir sólo cuesta vida" dicen los Redondos. "Soñar sólo cuesta sueños", sería una posible canción.
Sigamos (o comencemos) a soñar, amar, duelar, para que nuestros hijos sigan la posta. Y, sobre todo, para que sus vidas sean soñadas-soñadoras, y no coaptadas por las pesadillas y los monstruos.

Lic. DÉBORA BLANCA 
Directora de Lazos en juego 
Ig deborablancalj 
Youtube Débora Blanca 
FB Licdeborablanca