Celulares: los nuevos pochocles del cine

Amo el cine. Me refiero a ir al cine, a esos lugares donde ocurre algo mágico.
A finales del siglo 20 muchos cines fueron cerrados y, en su lugar, se abrieron Bingos e Iglesias evangélicas. Conversiones regidas por un mercado que comenzaba a amasar un nuevo sujeto, sujeto anhelante de soluciones y respuestas, y no tanto de preguntas y rebeldias.
Los Templos de la Fe iban sustituyendo, paulatinamente, a los Templos invitadores de las emociones y de pensar-se.
Y ya que hablo de sustitución, es momento de ir al grano: los celulares sustituyeron a los pochoclos. Sí, y lo digo debatiéndome entre la furia y la resignación.
Paso a explicar: nunca pude soportar mirar una película mientras alguien hace ruidos de pochoclos. El ruido en esos baldes tamaño albañil, y luego el ruido del pobre pochoclo entre las muelas.
Pude mientras llevé a mis hijos a ver Shrek, Toy Story, o El hombre araña. Pero me es absolutamente imposible cuando se trata de
películas de autor; hablo de películas intrincadas, que abren a tantos sentidos como debates posibles. Películas que pueden terminar de golpe, y que difícilmente lo hagan con un final feliz holliwodense (o como se escriba).
En ellas actúan, muchas veces, personas del pueblo o ciudad donde fueron filmadas, con bandas de sonido, en ocasiones, disruptivas.
Películas leeeeentas, con silencios, en blanco y negro. Ojo, no soy vanguardista ni mucho menos, sólo que me gusta meterme en mundos distintos, mundos que me embadurnen de una ficción que haga que, al encenderse las luces, yo sea, al menos por un rato, otra.
Salgo habiendo llorado, reído, y en las cuadras que camino hasta el subte, pienso, trato de entender, recuerdo imágenes, frases, lagrimeo...
Se trata de películas que, con una complicidad abrumadora, nos piden silencio, atención, entrega, para que puedan llevarnos adonde ellas lo decidan.
Películas gestantes de una ceremonia mágica, de un ritual compartido con otros en el cine.
Y es aquí donde viene mi denuncia desesperada, denuncia a lo Violencia Rivas: ¡No se puede prender el celular en el cine!
Resulta que esquivo pochoclos y me encuentro con las pantallitas... Nooooooo.
La oscuridad es un elemento central en el cine, sólo se mira lo que ocurre en la pantalla que compartimos todos, o sea, la peli. Las otras pantallas molestan, desconcentran, perturban, interrumpen la magia.
Me enoja, tengo que reconocerlo. Muchísimo me enoja. ¿Por qué cuesta tanto formar parte y cuidar los rituales compartidos? ¿Qué pasa que no se pueden despegar del celular durante 2 horas en las que, además, debieran conectarse con todos los sentidos para dejarse atravesar por la ficción?
Es el triunfo de las tecnologías que nos sobresaturan de información e imágenes desprovistas de profundidad.
Sólo 2 horas, dos...
Claro, me están adivinando: ya tengo preparados los folletitos para pegar en las butacas cuando vaya hoy a ver la peli francesa. "Prohibidos los pochoclos y los celulares. Acá ocurre la magia. Shhhhh".
Lic. DÉBORA BLANCA
Directora de Lazos en juego
Ig deborablancalj
Youtube Débora Blanca
FB Licdeborablanca
Comentarios (0)